Ella avanzó entre las sombras de la multitud. No sabía por qué la observaban, pero sentía el peso de sus miradas como agujas heladas perforando su piel. Hasta que sus pasos la llevaron a una pequeña casa, perdida en la penumbra de la noche. Su madera crujía, impregnada de un olor a polvo y abandono.
Al entrar, un escalofrío recorrió su espalda. Las paredes estaban cubiertas de moho y las sombras de mujeres pálidas se deslizaban entre los muebles rotos. Las sombras murmuraban entre dientes, con los rostros torcidos por la amargura y desesperación. "Este lugar es una prisión...", susurraban, con odio en sus ojos oscuros.
Pero entonces, ella con sus manos temblorosas se posaron sobre una puerta cerrada. Con esfuerzo, la abrió. Y lo que vio la dejó sin aliento y con una inmensa sorpresa.
Afuera no había desolación, sino un parque vasto y vibrante. La hierba era de un verde profundo, las flores danzaban con la brisa, y la luz del sol acariciaba la tierra con calidez. Un contraste extremo con el interior de aquella casa maldita, que era imposible de imaginar.
Las sombras la miraron con desconcierto. Pero en los ojos de ella se encendió algo más poderoso que el miedo: esperanza.
Se giró hacia las sombras de las mujeres y sonrió. "Este no es un lugar maldito... es un hogar esperando ser descubierto."
Y en ese momento, las sombras se desvanecieron.
