Entre los edificios vacíos el viento silbaba, las farolas parpadeaban como si una presencia oscura estaría cerca. Caminaba de manera solitaria, sintiendo la presión de algo oculto en las sombras. Así, el eco de unas zancadas apresuradas se rompió en el silencio.
Un perro surgió de la penumbra, jadeando y gimiendo con desesperación. Sus ojos reflejaban únicamente puro terror. Después de él, estaba el entelodonte, un descomunal jabalí, que emergió de la nada, su piel era negra como la brea, sus colmillos parecían dagas pulidas por la muerte misma. No corría, cazaba con furia.
El perro desapareció en la oscuridad y el monstruo me encontró. Su gruñido profundo resonó como un eco infernal en la noche. Corrió hacia mi, y, sin más opción, comencé a patearlo, a gritar, a luchar con la desesperación de quien enfrenta a un demonio. Pero no importaba cuántas veces lo golpeaba, volvía a levantarse con más furia.
Entonces, una voz rasgada, antigua y lejana susurró desde la oscuridad: "Cálmate"
De pronto algo despertó, un conocimiento primitivo, olvidado. Bajé la mirada y, con un suspiro profundo, dejé de luchar. El jabalí, de inmediato, se detuvo. Sus ojos de brasas ardientes se tornaron vidriosos, confusos. Se inclinó y se sentó, como un perro que espera la orden de su amo.
La noche pareció detenerse y calmarse. Entonces, me di cuenta que aquella bestia no era más que una proyección de mi propio miedo… y que nunca había sido tu enemigo, sino que ahora estaba a mi entera disposición.